¿Tu terapeuta es feminista?

Escrito por: Patricia Pérez Muskus.

Hace unos días, mientras preparaba una clase de teoría feminista para psicólogos, pensaba algunas razones por las que es importante que quienes cursamos esta carrera estudiemos feminismo y los riesgos de no hacerlo. Aun cuando algún varón enunciaba molesto su deseo de ser libre de escoger el modelo teórico de su preferencia -lo cual ciertamente es su derecho- concluíamos al final de la clase que hacerse la vista gorda con la desigualdad, con el sufrimiento de los grupos minoritarios y desconocer las experiencias que son diferentes a las propias supone una postura peligrosa para cualquiera que se llame psicólogo.

Ser feminista y, más que eso, formarse en feminismo supone un valor agregado tanto para los profesionales como para sus consultantes. En lo que sigue, propongo 3 beneficios de tener un/a terapeuta feminista y 3 formas de identificar si tu terapeuta lo es.

¿Por qué es importante ser/tener un(a) terapeuta feminista?

1. Para detener la revictimización

Las mujeres y las minorías de género están expuestas a constante victimización, discriminación, exclusión y desigualdad en la calle, en la casa, en las escuelas, en las relaciones de pareja, en el trabajo, en las instituciones, y con demasiada frecuencia en los consultorios también. Parte de la naturalización de estas prácticas hace que incluso los/as buenos/as terapeutas repliquen patrones sexistas, normalicen prácticas injustas, asuman cosas de la vida del otro o promuevan el desarrollo de la persona por algunas vías a costa de otras. La revictimización ocurre cuando damos respuestas violentas a quienes han sido víctimas, por ejemplo, cuando luego de ser abusada, al denunciar social o públicamente, la gente o incluso el Estado y el sistema de justicia te hacen entender que la culpa fue realmente tuya. En consulta también puede ocurrir e incluso de maneras más sutiles. Por ejemplo, cuando el terapeuta de la madre quien se ha dedicado al hogar asume que ese fue siempre el deseo de esa mujer, que debe ser feliz por tener la dicha de ser madre y que no debe sufrir por no ser remunerada.

El/La terapeuta feminista también estará sensibilizado/a con las prácticas terapéuticas habituales que suponen una revictimización. Por ejemplo, cuando se le exige o se espera que un consultante cuente una y otra vez su historia de trauma en la sesión. El dolor y el sufrimiento propio y el del otro merecen el máximo respeto. La cura no está en lo que el terapeuta escucha y hace sino más bien en las transformaciones íntimas que alcanza la persona que consulta. En lugar de demandar un relato, el/la terapeuta feminista respeta el ritmo, invita y empodera.

2. Para participar en una relación que respeta y no explota la desigualdad de poder

Cuando alguien decide consultar con un terapeuta, la balanza de poder está claramente desbalanceada para favorecer al terapeuta. El que pide ayuda vs el que va ayudar. El que necesita respuestas vs el que las tiene. El visitante vs el dueño del consultorio. Quienes consultan deben confiar en el juicio y el criterio del profesional/ experto/ estudiado y reconocer su propia necesidad. Es un terreno que los/as depredadores envidiarían. Un escenario presto para explotar vulnerabilidades, para engañar, manipular, coercer.

Mientras la mayoría de los/as terapeutas no son depredadores, muchos basan sus prácticas en modelos teóricos que nunca se preocuparon por este problema, ni siquiera lo reconocieron. Los entrenamientos pudieran excluir estas dinámicas de la formación y dejar a los/as inexpertos/as con pocas herramientas para cursar estas aguas. Un/a terapeuta feminista ha hecho la tarea de revisar este dilema, se ha preocupado por entrenarse en prácticas que le permiten al consultante sentir que comparte el control y el poder de la sesión, del proceso y de los resultados.

3. Para contar con alguien sensibilizado/a y comprometido/a con los problemas del género

Imagina que aterrizas en el tablero de un juego. Te dan unas fichas y una misión y te lanzas a jugar. Mientras juegas vas ganando unas pero también vas descubriendo obstáculos. Los obstáculos te frustran, te hieren, te minimizan, te hacen perder terreno, fichas, aliados. Luego de tener algún tiempo jugando con un malestar invisible pero pesado, ¿no sería justo que te hicieran saber que estás jugando contra otros que fueron otorgados más fichas o terrenos desde el inicio? que te explicaran las reglas implícitas del juego de las que nunca te informaron, que te enseñaran asaltar las cuerdas.

Tenemos tanto tiempo viviendo bajo condiciones desiguales de género, que nos habituamos o ni siquiera nos enseñaron a ver dónde estaban las injusticias. El/La terapeuta que está familiarizada y formada, ha aprendido a identificar y nombrar estos problemas, conoce las cuerdas, se convierte en tu aliada en el juego. Validadas experiencias que para otros son invisibles o innombrables y te acompaña a enfrentarlas.

¿Cómo puedo saber si me terapeuta es feminista?

1. Empieza por preguntar

En la formación a la mayoría nos enseñan a no dar demasiada información sobre uno mismo a los consultantes. Es una recomendación que ciertamente ayuda a cuidar en muchos casos el espacio terapéutico que debe tratarse sobre todo del otro. Pero, lamentablemente, es una práctica que le permite al terapeuta esconder a veces información que el consultante tiene derecho a saber. Curiosamente, quienes hacemos terapia estamos acostumbrados a no ser entrevistados o investigados por quienes contratan nuestros servicios. Informar sobre nuestra práctica, sobre lo que hacemos en consulta y por qué lo hacemos es una manera de compartir el poder que tenemos en la relación terapéutica. Algunas preguntas que puedes hacer son: ¿Cómo sueles trabajar? ¿En qué consisten las sesiones? ¿Qué es esperado de mí? ¿Qué experiencia tienes con situaciones como la mía? ¿Eres experto/a en materia de género/migración/trauma/divorcio...? ¿Qué impresiones te ha sido haciendo de mí? ¿Qué piensas? Como consultante tienes derecho a pedir clarificación o explicaciones, a decirle a tu terapeuta cómo te sientes en las sesiones y cómo te gustaría ser atendido.

2. Presta atención a tu instinto

Un elemento fundamental para una buena terapia tiene que ver con sentirse seguro/a y en confianza con la otra persona. No es fácil empezar una conversación íntima con un/a extraño/a y cuando conozcas a un/a buen/a terapeuta seguramente necesitarán algún tiempo para construir ese espacio agradable, íntimo, propio. Pero, igual que harías con otros extraños, está atento/a a lo que vas sintiendo. Si no te gusta cómo te saluda, cómo te toca, cómo te habla, cómo te mira, si te hace sentir incómodo/a, si te hace sentir peor, si piensas que se aprovecha de tu vulnerabilidad, escucha tu instinto. Dile lo que te incomoda, pídele que cambie su estilo. Si te dij algo que no te gustó, ponlo sobre la mesa y abre una conversación.

Los/as terapeutas empáticos/as, inteligentes, bien intencionados/as y calificados/as se equivocan. El/La terapeuta feminista se reconoce en proceso de deconstrucción y formación constante. Un espacio terapéutico óptimo es capaz de tolerar las conversaciones duras y difíciles, incluso las que tienen que ver con lo que ocurre en la relación terapéutica, con cómo el terapeuta se ha equivocado y con lo que el consultante necesita para continuar su proceso.

Por supuesto, traza un límite claro donde hayan transgresiones severas. Si te sientes en peligro, intenta con alguien más.

3. Presta atención a lo que dice/s

Podrás encontrar a alguien quien se identifique como feminista pero que luego use términos, interpretaciones o conceptos que están lejos de serlo. Presta atención a las palabras y a las implicaciones de lo que estás escuchando. Si te caracterizan de histérica, si te asignan la responsabilidad total de las cosas que te han pasado o te están pasando, si asumen que eres tú quien debe resolver directamente todas las injusticias que te atraviesan, si no te acompañan a cuestionar los desbalances de poder, si normalizan o justifican prácticas violentas o abusivas algo no va bien.

Si has leído hasta aquí, deseo que te encuentres muchos/as buenos/as terapeutas. Profesionales que te respeten, que te cuiden, que te impulsen. Feministas profesionales. Y si no lo son, que sea gente dispuesta a pensarse a sí misma contigo porque, finalmente, todos estamos en este viaje de autoconstrucción.

Y si quien está leyendo sucede ser terapeuta, toma esto como una invitación a seguir formándote. Lee más crítica feminista, incorpora más teoría feminista. Todos tenemos prácticas sexistas interiorizadas y naturalizadas que serán difíciles de identificar y modificar si no hacemos un esfuerzo consciente de revisión. Conversa más sobre tu práctica con tus colegas. Supervisa. Pide más feedback a tus consultantes. Y si un día tienes enfrente a alguien que te pregunta o te señala algo que no está bien o pudiera estar mejor, aprende con ella también.