Tengo derecho a sentir hambre

Por: Mariángel Paolini Padrón

@mariangelpaolinipadron

 

Históricamente, las mujeres hemos sido víctimas de opresión corporal, trauma, gordofobia y gordomisia. Somos, extremadamente vulnerables a sufrir de distorsión corporal, tener mentalidad de dieta y padecer de trastornos de la conducta alimentaria. Y esto no tiene que ver con que seamos débiles… tiene que ver con un sistema que ha perpetuado la necesidad de encajar en el estándar físico impuesto, ser “socialmente deseables”y por mucho tiempo, consideradas incapaces de hacernos cargo de nuestra soberanía corporal.

 

El National Eating Disorders Association (NEDA por sus siglas en inglés) ha recogido estadísticas de la prevalencia de los trastornos de la conducta alimentaria en los Estados Unidos, Reino Unido y Europa para tener una mejor idea de exactamente cuán comunes son los trastornos de la conducta alimentaria.

 

Una investigación publicada en 2007 preguntó a 9,282 pacientes americanos anglohablantes sobre una variedad de condiciones de la salud mental, incluyendo trastornos de la conducta alimentaria. Los resultados publicados en Biological Psychiatry, encontraron que:

 

•   0.9% de las mujeres (0.3% de los hombres) habían tenido anorexia en sus vidas

•   1.5% de las  mujeres (0.5% de los hombres) habían tenido bulimia en sus vidas

•   3.5% de las mujeres (2.0% de los hombres) habían tenido el trastorno por atracón en sus vidas.

 

Un reporte publicado por Common Sense Media dejó al descubierto una de las estadísticas más pavorosas que he leído en los últimos años: “gran parte de las niñas comienzan a hacer dieta a los 10 años y que un gran número de niños pequeños se sienten insatisfechos con sus cuerpos”.

De acuerdo al informe (centrado en el rol que tienen los medios de comunicación en el desarrollo de las actitudes y comportamientos respecto de la imagen corporal en niños, niñas y adolescentes), a los 7 años, ya un cuarto de esta población ha realizado algún tipo de comportamiento que se refiera a una dieta y más de la mitad de las niñas entre 6 y 8 años desean tener un cuerpo más delgado.

Todavía más sorprendente es que un 80% de las niñas de 10 años han hecho dieta y esto no es una trivialidad, es un asunto que se remonta a la necesidad de estar “a la altura”, de una idea perpetuada en el tiempo y a lo largo de varias generaciones. Así que se nos ha hecho prácticamente “natural” y por eso, es más difícil de abordar y tratar el tema, pues para muchas mujeres la idea de verse “bien” pasa por esa innegable necesidad de lucir deseable, no para ella, sino para otros.. aunque insista en decir lo contrario.

 

Así de arraigado está el fenómeno y por eso es casi de valientes cuestionar el sistema que nos ha traído a este momento.

 

Yo he estado allí, por eso puedo hablar de esto con propiedad. Soy venezolana y para la mayoría de nosotras, la belleza es parte de nuestra “esencia”.  Además del petróleo (algo de lo que también puedo hablarte en otro momento porque soy química y trabajé varios años para la estatal venezolana en los tiempos de la cuarta). Venezuela es reconocida internacionalmente por ser el país de las mujeres más bellas. El concurso Miss Venezuela ha marcado la vida de varias generaciones y en consecuencia, para la mayoría de nosotras, el estándar de belleza no esta alto, sino muy alto.

Aún con las medidas “correctas” (90.60.90) mi estatura (1.50 m) jamas me permitió aspirar a ni siquiera la idea de intentar inscribirme… algo que te marca (aunque no quieras) pues siempre hay un(a)  “hablador(a)” que te lo deja claro “lástima que sea tan bajita”… entre otros comentarios menos halagadores. Sería absurdo decir que alguna vez no me sentí vulnerable por un comentario como ese y hoy no me da vergüenza decirlo.

Esto de la estatura siempre estuvo presente, en casa se hizo todo “lo posible” para corregir este detalle. En especial porque era algo raro dentro del estándar familiar, así que en algún momento eso fue “un tema” en nuestra casa. Un buen día mi pediatra le dijo a mi mamá:  “mejor paremos estos tratamientos, es preferible que sea bajita y delgada, que bajita y de paso gordita” y allí fue mi primer encuentro con la gordofobia… parece inocente, pero hoy en día atiendo en mi consulta a varias madres “preocupadas” porque su hije pudiera ser gorde, así que se como comienza este ciclo de trauma sistematizado bien documentado como salutismo.

 

Hoy navego las aguas del “privilegio de la delgadez”, en otro post les contaré mi experiencia en un cuerpo gorde, por que también pasé por allí.

 

Este privilegio, me hizo pensar que la razón y la salud, sólo habitaban en cuerpos delgados. Estudié bajo la máscara de la gordomisia, esa en la que toda patología se asocia a los cuerpos de gran tamaño, en un sistema de salud y de políticas públicas, pensadas para los cuerpos privilegiados (delgados).

Casi todas las enfermedades están documentadas argumentando que hay un mayor riesgo si se habita en un cuerpo gordo, así que resulta “normal” prescribir la pérdida de peso como la panacea para todos los males.

La idea de que sólo si eres delgada estarás saludable es aterradora para quienes no viven en un cuerpo grande así que comer y más aún, sentir placer al comer se convierte en un gran estertor y algo casi prohibitivo para muches de nosotres.

Hace poco más de 6 años comencé a trabajar y a formarme en alimentación consciente, una deriva de la práctica del mindfulness orientada a la manera como nos relacionamos con la comida. A partir de estas prácticas y de mi búsqueda de información he podido conocer a una creciente comunidad de especialistas (nutricionistas, medicxs, psicologxs, antropólogxs entre otras) interesades en reivindicar nuestro derecho a tener hambre, a disfrutar de la comida y por sobretodo, a respetar nuestros cuerpos sanando traumas y sufrimiento transgeneracional.

En su libro “intuitive eating” Evelyn Tribole y Elyse Resch son enfáticas al decir que a las mujeres nos cuesta más reconectar con nuestra intuición al comer pues hemos aprendido que el hambre es una gran fuente de estrés y la “dieta” es el lugar seguro, pues hemos estado allí durante mucho tiempo.

 

Cuando una mujer saluda a otra ¿qué es lo primero que dice?

 

En un altísimo porcentaje el argumento está relacionado con el tamaño de su cuerpo. Además hemos aprendido a celebrar la delgadez y a castigar la gordura, así que hemos aprendido a modificar nuestra fisiología para adaptarnos y ser aceptadas (traducido para algunas como amadas).

El fenómeno conocido como autosilencio (self-silencing) ha impactado la salud mental de las mujeres por décadas y se cree que el comportamiento comienza en la adolescencia, una época muy vulnerable, donde la imagen corporal y la presión social es muy fuerte. Cuando las mujeres nos auto-silenciamos, apagamos toda posibilidad que nuestra intuición y las sensaciones corporales (incluidas las de hambre y saciedad) sean mediadoras de la toma de decisiones.

Shouse y Nilsson estudiaron este fenómeno en 2011 y en un grupo de mujeres. Entre sus hallazgos más relevantes, las autoras reportaron que las mujeres que tenían claridad en sus pensamientos y creencias pero que silenciaban sus voces (opiniones) manifestaban señales de hambre y saciedad confusas, con lo cual era muy probable que sufrieran algún tipo de desorden alimentario. Si bien es cierto, hace falta una revisión más profunda de este asunto, me queda claro que mientras más se silencie nuestra voz y opinión por nuestra hambre, más difícil se hace manifestar nuestra capacidad interceptora y por ende, más difícil se hará la tarea de restaurar la relación con la comida.

 

¡Deja salir esa voz (hambre) interior que no te deja ser quien realmente eres!. Reclama tu derecho a sentir hambre, a querer comer lo que se te antoja, a tener una relación funcional con la comida y vivir la plenitud de hacer lo que te da la gana.