El blues del invierno

Autora: Ana Karina Gourmeitte

 

Crecí en los llanos venezolanos y luego viví por muchos años en Maracaibo, ciudad que muchos conocen por los apelativos “la tierra del sol amada” o más al grano, “horno city”. Los cielos despejados y las temperaturas altas habían sido parte de mi día adía desde que tuve uso de razón, por eso cuando me tocó dejar todo atrás y emigrar de Venezuela no imaginé los efectos que este cambio de escenario podía producir en la mente.

En marzo pasado aterricé en Budapest, Hungría; en el medio de la última nevada del año. Mi admiración por la belleza de la nieve duró poco. No estaba preparada para el frío y quería que el invierno acabara. Mi deseo fue escuchado y unas pocas semanas después, las temperaturas subieron y la primavera pronto dio paso a un verano en el que me sentía cómoda. Me asombraba que el sol se ocultara a las ocho de la noche. Me sentía bien y luego del trabajo tenía tiempo para salir acorrer y ver el atardecer frente a las aguas del Danubio.

Sin embargo, tan pronto llegó el otoño empecé a notar que mis niveles de energía se agotaban muy rápido, no tenía ganas de socializar, mi cuerpo me pedía más y más horas de sueño. Leer las noticias me dejaba en lágrimas y aunque siempre he sido sensible, estaba sencillamente triste. Cuando lo comenté a otras personas, me dijeron que esto es una ocurrencia común, el blues del invierno, lo llamaron.

En realidad, se trata de algo llamado trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión que viene y va con los patrones estacionales. Su forma más común es la de invierno, cuando hay menos luz solar disponible. Algunos de sus síntomas incluyen un bajo estado de ánimo persistente, pérdida de placer o interés en las actividades cotidianas normales, irritabilidad, sentimientos de desesperación, culpa y de falta de valor propio, sensación de letargo (falta de energía) y sueño durante el día, dormir más tiempo de lo normal y tener dificultades para levantarse por la mañana. Además, también puede presentarse una gran ansiedad de carbohidratos y aumento de peso.

Al consultarlo con varios amigos caribeños y oriundos de otras latitudes tropicales, encontré que no era la única. Parecía ser que muchos experimentamos en una medida u otra algunos de estos síntomas.

En los países más alejados del ecuador, durante los meses de invierno los días son mucho más cortos y las noches parecen extenderse hasta el infinito. La mayoría de los científicos creen que el problema está relacionado con la forma en que el cuerpo responde a la luz del día. Una de las teorías que manejan es que la luz que entra en el ojo causa cambios en los niveles hormonales en el cuerpo. En nuestros cuerpos, la luz funciona para detener la producción de la hormona del sueño melatonina, y esto nos hace despertar.

En el invierno, algunas personas producen más melatonina ante la falta de luz y eso provoca letargo y los síntomas de depresión. En el caso de los inmigrantes, esto se suma a los problemas emocionales y mentales causados por el desarraigo.

La psicóloga Paola Portillo sostiene los inmigrantes provenientes de climas tropicales pueden verse más afectados que la población que habita en este tipo de climas o donde experimentan las 4 estaciones. Sin embargo, no es algo exclusivo de los migrantes. Los locales también pueden experimentar estos síntomas. Para ella, la afectación del cambio de clima está muy vinculado al estado físico individual de cada persona.

Para combatir este trastorno hay cosas que podemos hacer, como ejercitarnos, tratar de absorber la mayor cantidad de luz solar que sea posible, tomar suplementos de vitamina D, mantener un horario fijo, escribir nuestros pensamientos en un diario y mantenernos activos.

Asimismo, existen dispositivos de luz terapéuticos y simuladores de amanecer que imitan los efectos de la luz solar (fototerapia), pero principalmente debemos tener en cuenta que buscar ayuda de un especialista en psicoterapia o psiquiatría, según el caso, es lo más recomendable.

La verdad es que todo cambio cuesta y hay muchas cosas que se salen de nuestro control, el clima siendo uno de ellos, pero saber que siempre hay recursos y opciones para sobrellevar los obstáculos es imperante al momento de encontrar ese punto de adaptabilidad en el que un paisaje foráneo se puede, finalmente, convertir en hogar.