De Caracas a Bogotá en pandemia
Escrito por: Patricia Pérez Muskus
Mi intento migratorio se sintió como un fracaso cuando en marzo, a menos de 3 meses de haber emigrado, me encontré atrapada en Caracas.
Llegué el 11 de marzo a buscar mi prórroga y apostillar unos documentos adicionales que me solicitaban en Colombia. El jueves en la mañana logré entregar los documentos de la apostilla, notarié un poder, recibí mi prórroga e incluso renové mi cédula. Cuando manejaba de vuelta a casa escuché la cadena en la que Maduro anunciaba las medidas de cierre del espacio aéreo.
Para la fecha, nadie en la región había tomado medidas por el estilo. Colombia apenas confirmaba los primeros 6 casos. Venezuela no había confirmado ninguno oficialmente. Y yo ese fin de semana fui a un cumpleaños y a una graduación porque ni siquiera se había tomado medidas de restricción o cuarentena local.
Algunos vuelos salieron ese fin de semana, mientras yo estuve en Maiquetía intentando salir pero no lo logré. Me consolaba pensando que las condiciones de este encierro al menos no serían tan malas como las del año anterior durante el apagón pero la verdad es que los costos personales eran más altos. Mi esposo y mi perrito me estaban esperando en nuestro nuevo hogar en Bogotá.
Pasé meses en Venezuela esperando opciones para salir. No me vayan a imaginar cual Penélope esperando, tejiendo y destejiendo. Me mantenía en contacto con las aerolíneas, activé las notificaciones para todos los anuncios que hiciera Cancillería Colombia, completé todos los formularios y solicitudes que pedían, estaba atenta a todos los anuncios nacionales, buscaba gente que estuviera en la misma situación que yo, contactaba agentes de viaje, hacía llamadas, enviaba correos, trataba de no desesperar.
La pandemia en Venezuela ocurre en un vacío político. Una de las cosas que eso significa es que ocurre en un momento de fractura en sus relaciones exteriores. Técnicamente el consulado de Venezuela no está funcionando en Colombia -si así hubiese sido, quizá mi viaje a Caracas no hubiese sido necesario- y en Venezuela tampoco está operando el consulado de Colombia. Las instituciones que se encargarían de gestionar los acuerdos humanitarios de repatriación en mi caso estaban vacíos.
Llegó junio y a través de unos amigos me enteré de un listado para un posible vuelo humanitario Bogotá-Caracas, era primera vez que escuchaba esa posibilidad. Para el momento había aprendido lo complicado que sería montarme en un vuelo humanitario con otro destino. Había explicado mi situación a diferentes embajadas y consulados que estaban gestionando ese tipo de vuelos pero me respondían que no era posible en mi caso. Como venezolana residente en Colombia, no era un problema humanitario que otros países tuvieran que resolver.
En fin, contacté a la persona y al rato estaba en un grupo de WhatsApp facilitando toda la información que pedían. Estaba hablando con una agencia de viaje colombiana quienes se estaban encargando de la operación. Nos explicaron que todavía no tenían los permisos necesarios para concretar la logística pero que estaban trabajando para tener todo listo al bate. Concretamente, Colombia había autorizado la repatriación de salida y de entrada pero Venezuela no. Pasaron varias semanas esperando que finalmente nos dieran una buena noticia que no llegó.
Ya en varias ocasiones me habían sugerido que cruzara por la frontera. Aprendí que la frontera colombo-venezolana es un tercer país. También es una región muy del realismo mágico donde las cosas funcionan de una manera inesperada y poco clara. Para mí, sin embargo, no era una opción hacer el tránsito de manera ilegal. Mi esposo y yo residimos en Colombia actualmente gracias a su visa de trabajo y, en el balance de nuestra situación específica, era un riesgo que no tenía sentido.
Habían pasado 5 meses y seguía sin noticias certeras de cuándo se retomarían los vuelos comerciales que era la única opción legal y posible en el horizonte cuando me entero que hay quienes están cruzando el Puente Simón Bolívar de manera legal. Revisaba las noticias y allí aparecía que el puente continuaba completamente cerrado.
“¿Cómo lo están haciendo?” - me preguntaba a mí misma y a todo a quien pensaba que me podía dar información.
- “Eso es que están pagando por el sello”.
Aprendí también que en esta zona mágica, el tráfico de sellos es algo que ocurre. Aun así, resulta que había gente que estaba consiguiendo su sello de manera legal. ¿Pero por qué si esto es posible y legal, la información no está disponible en ninguna parte? ¿Cómo hago para enterarme qué tengo que hacer?
Hasta que conseguí un contacto.
- “Buenas tardes, ¿Cómo está? Usted me envió un correo con su información. Soy la Dra. Restrepo”. (Ese no es su nombre pero una amable señora colombiana me estaba hablando).
- “¿Cómo consiguió mi información? Es que no se supone que… pero no se preocupe que la vamos a ayudar”.
La persona que me había pasado ese contacto me había pedido que no dijera su nombre. Estábamos traficando información.
La Dra. Restrepo me envió un correo solicitando un montón de requisitos. Me envió unos links con unos formatos oficiales de Migración Colombia. Me preguntaban dónde me iba a presentar, exactamente qué día y por cuáles medios. También tenía que tener comprado mi pasaje para llegar a Bogotá el mismo día que me presentara en la frontera.
-“Nosotros no podemos hacer más nada por usted. Usted se tiene que encargar de todo su trayecto ¿sí me entiende?”
Contesté que sí, pero la verdad no estaba tan segura.
“Tengo entendido que el SAIME en el puente no está funcionando. ¿Qué pasa si llego a Migración Colombia pero no tengo el sello de salida de Venezuela” - le pregunté.
- “No se preocupe que eso no ha sido un problema antes y no lo va a ser ahora”.
Cosas del tercer país supongo...
Mi amigo autóctono de la frontera mágica me confirmaba esa información. Sin embargo, también me decía que su amigo, jefe de Migración Colombia, le afirmaba que no estaban sellando. Le envié la foto del sello de una amiga de una tía que había hecho el mismo cruce unos días antes de mi salida de Caracas.
- “Hágale. La apoyamos como podamos.” fue su respuesta.
Quedaba llegar hasta el puente. Otro acto de magia. No hay gasolina, hay alcabalas en todos lados, necesitas un salvoconducto, ya sabes cómo son las carreteras en Venezuela. Le mandé un mensaje a un primo que ya meses antes me había dicho, un poco en chiste un poco en serio, que si quería llegar a la frontera, él me llevaba.
“Este sábado hablamos”. Me bastó para saber que contaba con él.
El sábado conversamos y las condiciones estaban dadas. Mi primo era como un mago que podía resolver todos los obstáculos del viaje en el territorio nacional. No, no es un mago. Es una persona que produce en el interior del país y que tiene años cultivando recursos y estrategias para resolver, seguir produciendo y construyendo país en condiciones como las de la Venezuela actual.
Le anuncié a la cancillería colombiana que el jueves siguiente estaría atravesando peatonalmente el puente Simón Bolívar. Anexé mi pasaje Cúcuta-Bogotá, mi compromiso de sanidad y todos los demás requisitos.
El martes salí de Caracas acompañada de mi papá y mi primo. El miércoles estábamos en San Cristóbal. Hasta allí llegaban mis fieles escoltas. De allí, un local de confianza que recomendó un amigo de mi primo se encargaría de llevarme hasta el puente. A las 6:30am estaba conociendo al Sr. Manuel. Él estaba nervioso. Pasó 40 min dándome instrucciones. Dónde guardar el dinero, qué decir, cómo hablar para que no se notara que soy de Caracas. Me cambió unos pesos colombianos para que tuviera una mejor moneda para sobornar a la guardia en las alcabalas. Resulta que Manuel no había hecho el traslado a San Antonio en los últimos 6 meses y un amigo le había metido susto la noche antes.
“Listo, Manuel. Vamos a darle y ver cómo nos va”.
Creo que es bastante seguro decir que él estaba más nervioso que yo. Pero ya yo había llegado hasta allí, mi papá y mi primo ya estaban vía Caracas.
Conversamos durante el camino de varias cosas. Entre ellas, de cómo nos sentíamos como criminales haciendo algo malo, escondiéndonos, rezando para que no nos atraparan. Nos reímos porque parecía un chiste y seguro también porque necesitábamos liberar tensión. Era todavía temprano y yo me sentía esperanzada. Saludé a todos los guardias con una sonrisa y no nos pararon ni en una sola alcabala. Hasta que llegamos al último control antes de la entrada a San Antonio.
Manuel bajó el vidrio y desaceleró pero no entendió bien la seña del guardia. El encuentro fue tenso.
- “¡Que se detenga! ¿No ve que está elevada la barrera? ¡No puede pasar! Dé la vuelta y detenga el auto por allá”.
Manuel se disculpó cándidamente y obedeció. Me dijo que no me bajara del carro mientras él hablaba con el guardia. A los minutos volvió para decirme que no nos dejarían pasar y que él no tenía los permisos. Me bajé del carro con todos mis papeles a mano y le planteé mi situación al guardia. Esta vez ya sentía el peso en el estómago.
- “Usted puede pasar pero el señor no.” fue el veredicto.
Nos sugería devolvernos a San Cristóbal a solicitar los permisos de tránsito. Pero Manuel no tenía suficiente gasolina para hacer ese trayecto dos veces. Tampoco teníamos tiempo para trámites que no sabíamos cómo estaban funcionando.
- “También puede pedir la cola a un vehículo que sí esté autorizado”.
Le pedí al guardia que me ayudara y me mantuve cerca, no pasó mucho rato cuando paró a un motorizado y le pidió el favor. Me hizo señas y corrí a encaramarme. Manuel me ayudó a montar mi maleta entre mi torso y el del motorizado. No alcancé a despedirme cuando ya estábamos rodando. Le agradecí al señor y nos pusimos a conversar. Le conté mi situación. No mentí ni intenté imitar ningún acento como me había recomendado Manuel. Él me contó que era oficial de la comandancia mientras atravesábamos San Antonio que parecía un pueblo fantasma, con a penas algunos cuerpos eventuales que ofrecían “¡Trocha! !Trocha!”. Me dejó frente a la barrera de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) a la entrada del Puente Simón Bolívar y no me aceptó nada en agradecimiento. Me deseó buena suerte.
Pasé la barrera y me encontré a los guardias de turno conversando, tomando café. Todo estaba tranquilo. No había más nadie. Me miraron, me hicieron varias preguntas. Les mostré mis papeles.
- “Pase adelante. Mi compañero más adelante ya le dirá si puede pasar”.
Avancé un poco más hasta el puesto siguiente frente al edificio cerrado y vacío del SAIME. De nuevo más o menos lo mismo aunque este guardia no estaba de tan buen humor. El guardia llamó al sargento de turno para corroborar su decisión de dejarme pasar o no.
- “Déjela pasar que si allá no la reciben la mandan de vuelta”.
Solo me conseguí a otra persona en el puente.
- “No te van a dejar pasar si no tienes cita para hoy”.
Mientras nos cruzábamos le contesté que tenía mi cita de entrada para ese día y me devolvió una mirada de tristeza y desilusión.
Al llegar al nuevo puesto volví a saludar intentando esconder mis nervios y mostré todos mis papeles. Los revisaron.
- “¿Quién es la Dra. Restrepo? Este correo no tiene ningún membrete institucional” - me preguntó con tono amable el agente de migración de turno.
Llamamos a la Dra. Restrepo quien ofreció una explicación al agente.
- “Lo importante es que aparezcas en el sistema. Todo lo demás está en orden. Toca esperar a que revisen la comunicación de la cancillería.” - me explicó mientras me escoltaba hasta las oficinas de Migración Colombia.
Era aún muy temprano y las oficinas seguían vacías pero me invitaron a pasar y me ofrecieron un tintito mientras esperaba. No me lo tomé porque ya tenía suficiente con la euforia natural que sentía. Todo el rato que estuve allí no llegó más nadie. Cuando finalmente me atendieron y chequearon el sistema, todo salió bien y sellaron mi pasaporte.
Le agradecí con los ojos llenos de lágrimas pensando que seguramente no iba a entender la conmoción que sentía en ese momento. Pero la agente sostuvo mi mirada y me dio una sentida bienvenida de vuelta. Colombia ha sido mi hogar por muy poco tiempo, pero estoy francamente agradecida.
Tengo suerte de estar en casa. Los desacuerdos políticos no han permitido la repatriación de muchos que se encuentran en situaciones más adversas que la mía. Los riesgos que hay que asumir y los problemas que hay que resolver para hacer lo que yo hice no son nimios. No cualquiera podrá hacerlo. Muchos otros intentarán hacer el cruce con riesgos y problemas mucho más grandes.
Desde que entramos a Barinas empezamos a ver filas de caminantes. Van a pie, con poca carga. A veces la carga que llevan es un bebé en brazos.
Los relatos de migración de quienes hacemos esta red de venezolanas en el mundo, son seguramente historias de superación y de lucha, pero serán historias de éxito en su mayoría, como la mía que apenas empieza. Tengo la esperanza que esta red pueda visibilizar los retos de la migración sin perder de vista las historias de aquellos que viven en un mundo mucho más injusto que el nuestro.
A las personas que han hecho lo que han sentido necesario, a las personas que siguen atrapadas, a quienes han sentido que han fracasado en su proyecto de emigración, les abrazo. A quienes me acompañaron y ayudaron a volver a casa, les agradezco.