5 claves para pensar la migración venezolana con enfoque de género

Escrito por: Marta Castro

Aunque el proyecto migratorio puede ser una experiencia emancipadora y de empoderamiento, las mujeres venezolanas migrantes enfrentan claras desventajas durante los procesos de integración laboral en los países receptores. 

Hace un par de semanas tuvimos un bonito conversatorio organizado por Venezolanas Globales y Las Reinas Pepiadas donde algunas mujeres migrantes venezolanas compartieron su historia y experiencia de lo que había sido su viaje desde Venezuela hasta Ecuador. Ellas, mujeres valientes, se vieron ante la necesidad de abandonar su país prácticamente con lo que tenían puesto y con pocos ahorros. En algunos casos, el dinero en los bolsillos no fue suficiente para completar el viaje, obligando a estas mujeres a hacer la ruta hasta la ciudad de Quito a pie. 

Esta dura realidad es consecuencia del colapso en Venezuela, donde según los resultados de la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2019-2020, un 96% de los hogares está en situación de pobreza y un 79% no cuenta con ingresos suficientes para cubrir la canasta alimentaria. Además, Venezuela es de los países en la región con mayor brecha de género en cuanto a la inserción laboral: un 71% de hombres participa en alguna actividad económica vs. 43% de mujeres. El nivel de participación femenina en los hogares en situación de pobreza es casi la mitad que en los hogares más ricos (29% vs. 59%). 

Y aunque el proyecto migratorio puede ser una experiencia emancipadora y de empoderamiento personal y profesional, parece que las mujeres venezolanas que emigran a los países vecinos de la región experimentan dificultades adicionales que sus pares hombres para una inclusión positiva.

De acuerdo con los resultados de la última encuesta de Equilibrium CenDE realizada en junio 2020, las mujeres venezolanas en Colombia, Perú, Chile y Ecuador presentan en promedio mayor nivel educativo que sus pares venezolanos. Sin embargo, tienen menor probabilidad de conseguir un empleo en el país receptor. Asimismo, ellas dominan en sectores de servicios y del comercio y en trabajos altamente feminizados como el trabajo doméstico, la estética y la restauración. La pandemia además ha profundizado las brechas ya existentes: mientras un 33% de hombres venezolanos se encuentra generando ingresos, solo un 17% de mujeres estaría en dicha situación. 

Ante este panorama, vale la pena preguntarnos cuáles son estos desafíos que afectan los procesos de inserción laboral de la población venezolana migrante en los principales países receptores (Colombia, Perú, Chile y Ecuador), donde reside más de un 60% de las más de 5 millones de personas venezolanas desplazadas en el exterior, y cómo estos desafíos impactan de manera diferenciada a las mujeres.

1. Barreras para la regularización migratoria y riesgos de trata de personas

Si bien desde el 2015 y durante los primeros tres años del flujo migratorio venezolano el enfoque fue de apertura y generoso, a medida que el número de venezolanos ha ido creciendo y el perfil de la migración diversificándose, las respuestas de los Gobiernos receptores han adquirido un carácter más restrictivo frente a la migración venezolana. Ecuador, Chile y Perú han condicionado el ingreso a ciudadanos venezolanos a través de visas que requieren contar con pasaporte y antecedentes penales, además del costo monetario y de tiempo que exige conseguir los documentos necesarios. 

El resultado de las crecientes restricciones a la movilidad es una mayor probabilidad de caer en la irregularidad: de acuerdo con las cifras de Migración Colombia con corte a 30 de junio, se estima que cerca de un 56% de migrantes venezolanos se encuentra con estatus irregular. En Ecuador este porcentaje es de un 54%. Y aunque el documento migratorio no limita el acceso a un empleo, sí condiciona la formalización de una oferta de trabajo y la tenencia de un contrato laboral. En algunos casos en parejas conformadas por hombres y mujer la estrategia es “privilegiar” la regularización migratoria de los hombres por considerarla necesaria para acceder a un empleo.

La limitación de las vías regulares para el ingreso y permanencia de los migrantes aumenta además el riesgo de caer en las redes de tráfico ilícito y trata de personas, siendo las mujeres y niñas migrantes un grupo de especial vulnerabilidad frente a este fenómeno. En Sudamérica, más del 80% de las víctimas de la trata de personas son mujeres y niñas. En Perú, del total de víctimas extranjeras en 2017, solo una era venezolana, mientras que en 2019 el número de víctimas venezolanas ascendió a un total de 297


2. Dificultades para el reconocimiento de títulos profesionales

A pesar de que la población venezolana cuenta con un alto nivel educativo, en algunos casos superior al de la población nativa, solo un 4% de los migrantes en la región que declararon haber completado estudios superiores lograron reconocer o convalidar sus títulos profesionales. 

Los procedimientos de homologación de títulos son costosos y demorados, muchas veces no se cumplen los plazos establecidos y, cuando se cumplen, a menudo los migrantes ya han encontrado un trabajo en el sector informal. Sumado a esto algunas profesiones y especialidades requieren de la habilitación para el ejercicio profesional en el país, tarea a cargo de los colegios profesionales. Las y los venezolanos más capacitados, al enfrentarse con estas barreras de inserción al mercado laboral, se ven forzados a bajar sus expectativas y emplearse en ocupaciones que requieren menos habilidades de las que poseen, lo que deriva en situaciones de subempleo importantes. El subempleo se presenta como una situación más común entre las mujeres venezolanas que entre sus pares hombres (16% vs. 8%) en Ecuador.

3. Hipersexualización y actitudes negativas hacia la migración venezolana

Los episodios de discriminación y xenofobia experimentados por la población venezolana son también factores que condicionan la inserción laboral: un 34% de las y los venezolanos declara haberse sentido discriminado o estigmatizado por su nacionalidad durante el proceso de búsqueda de empleo. Los medios de comunicación sensacionalistas y algunos discursos políticos han contribuido a generar una sensación de miedo y desconfianza que derivan en un trato discriminatorio hacia la persona venezolana, a pesar de que numerosas investigaciones reflejan cómo la migración venezolana supone “una oportunidad única...para dinamizar la economía de los países receptores”

Las mujeres venezolanas son víctimas del machismo que caracteriza a nuestra sociedad y de los estereotipos de género que se reproducen en el ámbito laboral. Estos estereotipos hipersexualizan y catalogan a las mujeres venezolanas como personas más "bonitas”, “encantadoras”, más “sueltas y coquetas” y favorece su contratación en sectores de atención al cliente y la oferta de servicios: “para el negocio es muy rentable...se enganchan...su forma de hablar engatusa”. Sin embargo, estas mismas percepciones suponen en otros casos una barrera de acceso a empleos en condiciones dignas: “la venezolana trabaja por buscar algo...a un soltero con plata…”, “a ti no te doy trabajo porque eres una quita maridos”, además de priorizar estas características físicas y de personalidad sobre otras cualidades y calificaciones.

4. Brechas de género e informalidad estructural

Aunque la migración puede suponer una oportunidad para cambiar los roles estereotipados de género, las mujeres venezolanas migrantes enfrentan una doble desventaja durante la búsqueda de empleo al emigrar a contextos donde la inclusión laboral de mujeres es ya limitada.

En los cuatro países las mujeres presentan mayor proporción de ocupación informal que los hombres, se evidencian brechas salariales y una mayor tendencia de las mujeres hacia el desempleo y la inactividad, especialmente en contextos de desaceleración económica. Por poner un ejemplo en Perú la tasa de informalidad en mujeres es de 73% frente a un 66% en hombres y las mujeres tienden a la inactividad en mayor proporción (36% vs 20%). La falta de regulación del sector informal expone a las y los migrantes al abuso y a la explotación laboral: un 23% de migrantes y refugiados declaró haber sentido situaciones de abuso laboral de acuerdo con los resultados de Equilibrium CenDE, situación que puede haberse agudizado bajo el contexto de la pandemia. 

Otra característica de los mercados laborales es la dificultad para compatibilizar la vida laboral con la familiar: un 13% de mujeres venezolanas declara que tener que dedicar tiempo al cuidado de los hijos e hijas supone una limitación importante para conseguir un empleo, frente a un 1% de hombres que declara estar en dicha situación. La pandemia ha paralizado los avances hacia una distribución equitativa de las tareas del hogar: una gran parte de las mujeres venezolanas en Colombia y Ecuador (73,2%) declaró dedicar la mayor parte de su tiempo en cuarentena a las tareas domésticas en menor proporción que sus pares hombres (44,2%).

5. La necesidad de subsistencia y envío de remesas

El envío de remesas y tener familiares en Venezuela que dependen económicamente de las remesas genera una obligación que limita de manera significativa la capacidad de ahorro en el país receptor, especialmente considerando que los ingresos suelen ser bajos y alcanzan para subsistir: “Nosotros no podemos sentarnos a comer aquí, sabiendo uno que ellos allá no tienen qué comer”

A modo de cierre, es probable que la pandemia profundice las brechas de género ya existentes. Sin embargo, también supone una oportunidad para visibilizar las desigualdades y repensar en el futuro de nuestras sociedades. Las mujeres venezolanas migrantes enfrentan claras desventajas durante los procesos de integración laboral en los países receptores. Esta situación de desigualdad requiere que todas y todos nos pongamos las “gafas violetas” o lentes de género para analizar los procesos diferenciados del fenómeno migratorio venezolano y formular políticas más inclusivas.





Foto: Jaime Moreno / EL TIEMPO